lunes, 22 de agosto de 2016

Reseña: ¿Por qué no hay extraterrestres en la Tierra?

Libro escrito por: Armando Arellano Ferro


Reseña de María Fernanda Pérez Ramírez*


En Respuesta al Nuevo Optimismo por la Vida Extraterrestre


El Universo es enorme. No creerían lo vasta, gigantesca, enloquecedoramente enorme que es. Ustedes podrían pensar que es como bajar, por un largo camino, a la farmacia. Pero no. Eso no es nada comparado con el Universo.
– Douglas Adams.La Guía del Viajero Intergaláctico

Foto: Xenobiology por Abiogenesis en DeviantArt.


Desde siempre, la soledad me ha parecido un concepto interesante. Para los que preferimos la compañía de pocos amigos, o los que nos sentimos más cómodos en ambientes donde ser introvertido no está mal visto, estar solo adquiere un significado más profundo – a veces oscuro – porque ya no se trata exclusivamente de “no estar acompañado”: es desear la compañía, la aprobación, de los que son nuestros iguales.

A veces se trata de sentirnos protegidos, de sentirnos apreciados. Lo digo pensando en las personas que encontraron, en su religiosidad, el consuelo de Dios y caminan sintiendo una presencia bondadosa de su lado.

Pero como especie, somos bastante egocéntricos (el término correcto es antropocéntricos, de hecho) y nos gusta sentirnos especiales. Durante un buen trecho de la Historia, fueron las instituciones religiosas las que rechazaron cualquier interpretación astronómica que pusiera en tela de juicio lo señalado por las Escrituras: Dios creó al Hombre a su imagen y semejanza y lo colocó como rey, por encima de la creación: fuimos mucho tiempo el centro del Universo, ahora encontramos personas hablando frente a las cámaras de sus “experiencias cercanas”, de cómo una nave alienígena los secuestró.




Así como los demonios y fantasmas llenaron los huecos lógicos en las personas, frente a los sucesos que no podían explicar, los aliens se convirtieron en la causa de muchos efectos: inundaciones, pérdidas ganaderas o agrícolas, luces en el cielo... pero a diferencia del resto de las criaturas “paranormales”, la ficción construida al rededor de los extraterrestres, se apropió de un tono científico, otorgándole cierta credibilidad en la culturar pop.


Basta encender la televisión: los aliens no solo son parte de nuestro presente, también de nuestro pasado, según el discurso de estos “investigadores” de lo oculto. Algo hay en la permanente sospecha de conspiración, que el público consume: el gobierno miente, la ciencia oculta.

«La felicidad nunca es completa sin testigos» dice Armando Arellano Ferro, autor de Por qué no hay Extraterrestres en la Tierra, editado por el Fondo de Cultura Económica. «Parece un sueño o una esperanza que alguien lea nuestro diario después de nuestra muerte como especie; qué útil sería una civilización inteligente para eso, para no morir solos y sin testigos» (Oh, de nuevo la soledad).

A lo largo de 160 páginas y 8 capítulos (amenizados por epígrafes de Giordano Bruno, Aristóteles, Demócrito, Jorge Luis Borges y Carl Sagan), el autor pretende, en sus propias palabras «proveer al lector de conocimientos astronómicos, físicos y químicos modernos, para que no se deje llevar por argumentos fáciles y sin justificación [...], muchas veces manejados por los medios de intereses comerciales, para que aprenda a dudar [...], prediga y decida según su intelecto [...] y se libere de la fantasía y credulidad irracional.» .
El discurso de Arellano comienza describiendo las particularidades geológicas de la Tierra, habla de sus Eras, de cómo se fechan los fósiles; describe los mecanismos físicos y químicos que permitieron el desarrollo de la atmósfera y, en especial, de la vida. Los procesos de formación y evolución, desde la Tierra primitiva hasta la aparición de los primeros organismos multicelulares reciben un tratamiento formal, pero entusiasta, sin trivializar su importancia o su complejidad.

En los capítulos subsiguientes, se encarga de analizar la situación del planeta dentro del Sistema Solar, hablando un poco del origen del Sol y del resto de los cuerpos celestes, de cómo funcionan las estrellas, de nuestro lugar en la Vía Láctea y de cuál creemos que fue el origen del Universo, según las evidencias astronómicas actuales. Todo este torrente de información cobra sentido en el capítulo IV: Circunstancias Astronómicas para la existencia de Vida en la Tierra, donde la posición privilegiada de nuestro planeta en el Sistema Solar, de por sí privilegiado (nuestra estrella, el Sol, es relativamente joven, amable y sobre todo, unitaria) se expone como el factor decisivo para la aparición y desarrollo de vida inteligente.

Cosas desde la composición de la atmósfera hasta la inclinación del eje de rotación, pasando por la existencia de un campo magnético, se explican y se ponderan como circunstancias determinantes para la existencia de una civilización. Describe brevemente la situación del resto de los planetas en el Sistema Solar, su distancia, su temperatura promedio y las condiciones de su superficie, fotografiadas por sondas espaciales, aclarando que, hasta el momento, no hay ninguna evidencia de vida en ningún otro planeta del sistema solar.

Hasta aquí, el mensaje queda claro: No, no hay marcianos interesados en invadir la Tierra porque... simplemente no hay marcianos. La Tierra es especial, la circunstancias que nos permiten estar aquí, a usted como lector y a mí, son excepcionales. Esto no impide que pueda haber vida fuera del Sistema Solar, en algún otro lugar de la Galaxia.

Los siguientes capítulos son un verdadero testimonio de la lucha científica por encontrar un planeta habitado. Los esfuerzos han sido titánicos y las probabilidades escasas. El enorme tamaño del Universo es nuestro aliado cuando defendemos la posibilidad de que, en un sistema planetario, en alguna galaxia con un sol parecido al nuestro y con uno o dos planetas no demasiado fríos, ni demasiado calientes, exista una civilización: que no la veamos no significa que no esté ahí. Sin embargo, este aliado se convierte en nuestro principial enemigo cuando queremos discutir sobre contacto. Las escalas de espacio y de tiempo son un verdadero problema cuando se toman en cuenta las limitaciones de la Física.

Para la ciencia actual, es un hecho que nada puede viajar más rápido que la Luz. Los capítulos VI y VII mencionan las distancias reales entre algunos sistemas estelares descubiertos y la Tierra, del orden de miles de años viajando a esta velocidad, y cuáles han sido algunas iniciativas de contacto propuestas por astrónomos y astrobiólogos. Arellano busca combatir la imagen del científico indiferente y reconoce que la búsqueda de otros planetas habitados es una trinchera en la que muchos investigadores serios, como Carl Sagan, han luchado y lucharán; aún siendo conscientes de que su mensaje podría viajar por la bastedad del Universo mucho tiempo más allá de la extinción humana.

Pero... ¿Valemos la pena?. «Haga una reflexión el lector y piense en si tenemos la casa suficientemente limpia para recibir visitas», dice Arellano. La especie humana, el Homo Sapiens como tal, es muy joven. Ha ocupado apenas un respiro en la Edad del Universo. Siendo realistas, considerando su bastedad y su antigüedad, que una civilización haya dado con nosotros, aún considerándolos eternos e inmutables, es prácticamente imposible.

El autor insiste en recordar todas las implicaciones (y complicaciones) de la palabra civilización y cómo (a juzgar por el único ejemplo que tenemos: nosotros) las especies belicosas que han desarrollado tecnología son propensas a destruirse. El hecho de que las estrellas, como el Sol, también obedecen a un ciclo de Vida y Muerte, limita nuestra existencia (y la de cualquiera, allá afuera, en otra estrella) a un instante en el tiempo neto del Universo. Que demos unos con otros, en un tiempo tan limitado, sería un verdadero milagro.

No cabe duda que, si nuestro Dios fue padre de muchos otros, allá afuera, están suficientemente lejos para que todos crezcamos como sus únicos hijos.



*Física

marifer_92@ciencias.unam.mx

FC - UNAM ~ 2016

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